miércoles, 12 de agosto de 2009

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

El libro que nos traemos entre manos es el segundo tomo de la trilogía Millennium, continuación del best seller Los hombres que no amaban a las mujeres. Y me temo que comenzaré mi comentario con un punto negativo.

Pues sí, he de decir que al principio tuve la tentación de dejar el libro: de las primeras doscientas páginas, una buena cantidad es irrelevante para lo que viene después. En efecto, la primera parte de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina se centra básicamente en mostrarnos la vida de los protagonistas, Mikael, Lisbeth y compañía, después de los acontecimientos de la primera novela, y lo hace con todo lujo de detalles.

Vamos, que no nos privamos ni siquiera de la enumeración de la compra del Ikea, modelo por modelo; y, señor Larsson, para este viaje no hacían falta tantas alforjas.

Afortunadamente para el lector (y no tanto para Mikael, Lisbeth y demás bebedores compulsivos de café que pueblan las páginas de la novela) una vez desencadenados ciertos trágicos acontecimientos, el libro da un giro de ciento ochenta grados para bien y se vuelve completamente adictivo hasta el final. Un final, por cierto, en plan Kill Bill 2 y algo pillado por los pelos.

Vale, muy pillado por los pelos. Y mejor no hablamos de la relación Lisbeth Salander - teorema de Fermat que ronda por todo el libro, porque cualquiera algo ducho en matemáticas se da cuenta de lo surrealista que resulta.

Y, por último, mencionar que es una pena que una escena de la película estrenada recientemente sobre la primera parte destripe algún que otro punto importante del libro que nos ocupa. Y también es una pena que la traducción no acabe de estar a la altura, entre problemas con los tiempos verbales y alguna que otra frase sin sentido. Pero a pesar de todo, estamos ante un libro que se disfruta. Así que, a disfrutarlo se ha dicho.